
Nota en La Nación revista
“Empezar de nuevo”
10/12/06
Autor: Silvia Puente
Fotos: Graciela Calabrese
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Adela Peñaranda
Lo que el agua se llevó y trajo
El campo del que ella estaba a cargo, y del que vivían su familia y muchas otras, quedó bajo un metro de agua en las inundaciones de 1985. Un desastre natural la dejó sin recursos y sin rumbo de un día para otro. Pero frente a lo irrecuperable transformó su vida, y se convirtió en una maestra sabia.
Se dedica a asesorar empresas y personas. Los recuerdos de las comidas en el campo, la línea del horizonte, las tranqueras, y el agua, siempre el agua, se vuelven metáfora en su relato. Lo que aprendió y aplica, a su propia vida y a la vida de las personas y empresas a las que asesora. Cómo usar al máximo nuestras posibilidades reales, aun en medio de la adversidad.
Parece una maestra sufí. Por su riqueza simbólica, la sutileza de sus alusiones y la extraordinaria profundidad de su experiencia. Adela vivió en el campo hasta los veinte años; estudió en un colegio, pupila, en un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Mide 1,50 m y pesa 48 kg. Usa anteojos y se mueve como una ardilla, dentro de su casa-oficina y fuera de ella. Siempre sonríe. Siempre tiene una palabra de aliento para los otros. La solidaridad le brota naturalmente, tanto como a veces, sólo a veces, brota el agua.
—De cuando era chica recuerdo mi visión contemplativa del campo. Yo me sentaba a mirar el horizonte. No tenía una mirada productiva. Yo era una humanista.
—¿Cuándo cambia esa visión?
—Cuando me tuve que hacer cargo. Mi padre se enfermó y sabía que se iba a morir. Me emancipó a los 18 años y me dejó el manejo de todo el patrimonio familiar y de mi familia. El preparó un poco su partida. Murió cuando yo tenía veinte años, y tras su féretro nos vinimos a Buenos Aires a estudiar, como estaba planificado. Mi hermana, psicología, y yo, periodismo y luego servicio social. Pero cuando estaba en tercer año tomamos la decisión de hacernos cargo del campo nuevamente. Fue una etapa muy dura para mí: tuve que abandonar la estudiantina porque las épocas de cosechas coinciden con las de exámenes.
—¿Cómo fue cambiar de joven estudiante a responsable de un campo?
—Me costó aprender la vida de campo desde lo productivo, pero era buena buscadora de colaboradores. Era buena seleccionando con quiénes trabajar. Terminó siendo un campo modelo, por su tecnología de avanzada en ese momento y en ese lugar. Fue una experiencia que me enseñó el mundo de los negocios. Y eso es de lo que realmente yo entiendo hoy. Pero en 1985 se producen las inundaciones conjuntas del río Quinto y las lagunas encadenadas del oeste bonaerense. Nos dejaron con un metro de agua encima del campo. Fueron durísimas, no sólo para mí. Era imposible vivir ahí, con caminos enteros llenos de agua.
—¿Te quedaste sin la fuente de ingresos y perdiste todo lo invertido?
—Y además se pierde el sentido de la vida de campo. El campo es producción.
—¿Y el sentido de tu vida?
—Ese fue el tema que se me vino encima. Había que hacer otra cosa. En la Navidad del ’85 me enfermé para pensar.
—Y después, ¿qué encontraste?
—Me levanté con la convicción interna de que tenía que conseguir trabajo. Unos primos me ofrecieron cuidar a una tía abuela que estaba enferma. A la noche cuidaba a mi tía y a la mañana tomaba el colectivo, luego compraba factura, tomaba mate con mi madre y me iba a trabajar como secretaria. Dormía en los intervalos. Cada tres horas tenía que dar vuelta a mi tía. Dormía de a dos horas.
—¿Y con eso mantenías a tu familia?
—Eso no alcanzaba. Yo me sentía responsable de la gente del campo, que se había quedado sin trabajo. Vendí el oro de mis quince años y el de mi familia, con lo que fuimos pagando los sueldos hasta que la gente encontró otro trabajo. éramos muchos para vivir del mismo ingreso. Pero yo estaba haciendo todo lo posible. Y el término "posible" signó mi vida. Era todo lo que yo podía hacer, y lo hacía, aunque no fuera suficiente. Pero era todo lo que había.
Adela tiene un dejo verde en los ojos cuando la luz le da de frente. Compra poca ropa, sólo algunos trajecitos sastre de colores clásicos. No se tiñe el pelo ni se maquilla. Se levanta muy temprano, entre las cinco y las seis de la mañana. Desayuna y almuerza siempre, y bien, con una dieta balanceada. Cena muy frugal y se acuesta temprano. Su casa está armada para que todo funcione, porque no le gustan los imprevistos. Quizá porque ya tuvo bastantes. Generalmente, todo responde a una rutina (el menú, los horarios, las compras). Compra al por mayor, la menor cantidad de veces posible. Usa el celular solamente para su familia, para que ellos la puedan localizar si se presenta una urgencia. La manera de sacar el agua del campo hubiera sido, en su momento, dinamitar un médano, pero eso significaba inundar a gente que tenía campos mucho más chicos. Era una opción que Adela no quería considerar. Su ética no se lo permitía.
—La Ley General de Aguas dice que el agua queda donde cae.
—¿Es un concepto que se puede trasladar a otra áreas?
—Cada uno se tiene que hacer cargo de lo que le toca. Mi vida la encaré con este criterio.
—¿No pudiste hacer lo que querías?
—Siempre creí que estaba haciendo lo que tenía que hacer. Era lo que me había tocado, pero, a la vez, era lo que tenía que hacer, lo que me aparecía, la soluciía. A lo largo de mi vida vi que cuando uno hace todo lo posible se acerca mucho a lo que desea obtener. Pero hay que hacer lo posible, que no es lo mismo que creer que se puede todo.
—¿Es difícil encontrar la propia medida?
—Todo no se puede. Es mi frase. En la aceptación de nuestra posibilidad está nuestra fuerza para crecer y salir adelante. Hay que hacer pie, y se hace sobre la realidad.
—¿Algo así como no pelearse con el agua que cayó?
—El agua no es un producto tuyo. Es lo que te tocó. Pelearla, en el mal sentido, es gastar la energía contra algo que no se puede. Pararte sobre tu realidad inundada te permite alcanzar la tierra seca que quizás hay a la vista.
—¿Tu realidad más concreta volvió después como cuento y como metáfora?
—Vivo a partir de estas metáforas, a partir de estas interpretaciones con las que yo dibujo mi realidad. El poder de la metáfora es que es más rica que el ejemplo. Nadie puede repetir lo que a otro le pasa, ni corresponde que lo haga. La metáfora te permite interpretar lo que le ha pasado a otro y aplicarlo a tu propia posibilidad, a tu propia realidad, a tu propia interpretación.
—¿Te deprimiste en su momento, o te deprimís a veces?
—Tengo unas depresiones reactivas, que suelen tomar el modo de una enfermedad que me manda 15 días a la cama y me hace resurgir con ganas de salir adelante. Yo respeto mucho esa especie de útero fecundo que es la depresión reactiva. Permite el grado de introspección necesaria en una persona hiperactiva. Mi madre, que me conoce bien, dice: "Atención con esta chica cuando se levante".
—¿Te enojás?
—La vida no me enoja, y lo que viene de la naturaleza (la enfermedad, la muerte, los fenómenos naturales) sólo puede agobiarme o entristecerme, pero no me da bronca.
—¿Te sentiste sola cuando el agua te tapó?
—Yo soy una persona solitaria en el sentido profundo del término, aunque siempre estoy rodeada de gente. Por eso nunca me he sentido sola. Para mí, las relaciones humanas son como la teoría de conjuntos: una serie de círculos donde una pequeña porción es común y el resto no se comparte. Y cuanto más admitimos ese principio, más satisfacción encontramos en los vínculos, ya que los aceptamos en lo que verdaderamente se puede compartir, y les otorgamos, y nos otorgan, libertad en el resto.
Por cuenta propia
Adela estaba con principio de neumonía, en cama, cuando un amigo la llamó para ofrecerle la administración de un departamento. Surgió Adela Peñaranda Soluciones. Como la empresa derivó fundamentalmente hacia los recursos humanos, la transformó, años después, en Recursos Posibles. Hoy hace consultoría de recursos humanos, búsqueda de personal, asesoría, reingeniería, consultas individuales sobre proyectos de carrera. Asesora empresas públicas y privadas, grandes y chicas.
—Eso lo fui organizando paralelamente al trabajo que tenía en ese momento.
—¿Cuántas horas trabajabas por día?
(Se ríe) —Muchas. Pero a mí me gusta trabajar. Trabajo de lo que soy.
—Y además te ayuda el cuerpo.
—Soy sana y tengo voluntad.
—Puede suceder que una persona no tenga tu capacidad de trabajo, ¿y entonces?
—Yo vengo de una familia normal, sin grandes problemas, con una infancia sana, bien comida, bien criada, con medios económicos, tengo buena cabeza, una psicología armónica, o por lo menos no conflictiva, y una salud física razonable. Es decir, tengo mucho más de lo que tiene mucha gente. Creo que he hecho un buen uso de mis recursos. Pero no hay tanto mérito. No hay virtud en lo mío. Vino conmigo. Hay mucha gente que no tiene todo esto. Sé también que hay gente que con algo más que yo lo resuelve peor. Pero tiene que ver con que una parte de su método lógico de pensamiento o de su psicología que no se lo permite.
—Es decir que no te ponés de ejemplo.
—Yo tengo sumo respeto por el lugar al que llega cada uno. No me pondría nunca de ejemplo, porque lo que yo hice, lo hice con lo que yo tenía.
—¿Qué es lo primero que hacés frente a un cliente?
—La primera cosa que hago frente a una persona o a una organización, que es lo mismo, es ver hasta dónde puede esa persona o esa organización. Uno de los ejemplos que siempre utilizo es el de comparar la situación de cada persona con la escena de la comida en el campo. Uno se plantea qué va a cocinar. Puede abrir un libro de cocina de un chef famoso y sobre eso querer cocinar. Entonces se encontrará con que le falta la mitad de los ingredientes y no puede salir a comprarlos porque el pueblo más cercano está a 30 kilómetros. La otra opción es abrir la heladera y plantearse qué hacer con lo que hay. Esta es mi concepción. Yo abro la heladera y veo qué hago con lo que tengo.
—¿Y eso les decís a los empresarios?
—Trato de que cada persona abra su corazón. Trato de buscar sus opciones, conocer su realidad y ver qué puede hacer con eso.
—¿Qué sería conocer la propia realidad?
—Conocer la realidad económica, pero también su proyecto y sus posibilidades de hacer lo que quiere. Trato de modificar la idea cuando veo que es imposible. Porque hay gente que desea muchas cosas, pero no está dispuesta a pagar el precio por lo que quiere hacer. Hay gente que quiere una secretaria bilingüe, joven, agradable y con experiencia en el sector. Pero ofrece pagarle muy poco. Todo no se puede.
—Al darse cuenta de todas estas cosas, ¿cómo reaccionan los empresarios?
—El concepto que acompaña, el otro lado de la misma moneda, es que hay que hacer el ciento por ciento de lo que uno tiene. Entonces, cuando empiezan a trabajar con lo que se puede, llegan al ciento por ciento de lo posible para esa empresa o persona. Es mucho más que nada. La persona se va dando cuenta de cuál es su límite y cuál es su punto de partida. Ese es el comienzo de un proyecto cierto.
—¿Vas a escribir un libro con estas cosas que aprendiste a los bofetones?
—No lo pienso como bofetón.
—Para hablar en tu idioma, tus tranqueras.
—Frente a una tranquera, si está cerrada, se puede abrir el candado o pasar por encima. Las opciones que uno tiene son las que le presenta el camino. Y las mejores utilizaciones del camino son las que te llevan al éxito.
Libros recomendados por Adela Peñaranda
"Los mejores libros que he leído y los marcaron mi vida son:
- Las etapas críticas de la vida / Rüdiger Dhalke
- Diario de una buena vecina / Doris Lessing
"En ambos, se toma la vida desde el nacimiento hasta la muerte. En el primero, en forma de ensayo; en el segundo, como novela. Pero en ambos el conocimiento y la comprensión del proceso de la vida ayudan profundamente a entender lo natural, y lo inevitable, de la existencia.
"Luego, cuando tengo un tema nuevo en mi camino, voy a una buena librería (que fundamentalmente cuente con un buen librero) y busco material. Compro muchos libros, todos en función de mis intereses específicos. Pero los leo como si fueran proveedores circunstanciales, ayudas para pensar.
"En estos días, estoy por buscar algún viejo libro de lógica de 4º año de la secundaria. Me parece que si todos trabajáramos un poco más el concepto racional de "A + B = C" o "Si A = B y B = C, A = C", simplificaríamos deducciones incorrectas que nos hacen pedir peras al olmo y dejaríamos de aplicar interpretaciones psicoanalíticas a simples y previsibles consecuencias de acciones equivocadas."